
Desnutrición Infantil en Venezuela
ARTÍCULOS DE IMPORTANCIA
Artículos de temas relacionados a la infancia de un niño, una buena alimentación, para que pueda crecer y relacionarse perfectamente.
injusta realidad
Crónica
Por Daniela Perera
Esa mañana desperté más temprano de lo habitual, la alarma de mi teléfono sonó a las seis en punto de la mañana indicándome que era martes, que aún no estaba en Caracas y debía despertar para enfrentarme a un largo día. Todavía con algo de sueño, me comencé a alistar y recoger mis cosas para tomar una hora de camino hacia mi destino, la ciudad capital. Pasaban tantas interrogantes por mi mente que ni siquiera quise probar bocado, y decidí llevar mi desayuno para la vía, probablemente porque sabía que no todos habían amanecido con la fortuna de tener algo para llenar sus estómagos esa mañana, entonces agradecí a Dios que yo sí podía. Una vez que llegue a Caracas, junto con dos de mis mejores amigas y compañeras de investigación, nos dirigimos hacia la sede de Fundación Bengoa en La California, donde la doctora Marianella Herrera nos estaba esperando para salir. Sabíamos que íbamos a una comunidad vulnerable de Petare, pero la verdad es que ninguna de las tres había estado alguna vez en aquel lugar que llamaban el barrio más peligroso de Caracas –la ciudad más peligrosa de Latinoamérica-.
Cuando llegamos la oficina a las 11:30 de la mañana como habíamos acordado, estaba un hombre sentado esperando, no pasaron más de cinco minutos cuando nos dijo, sin preguntarle nada antes, que él nos iba a llevar. Que iríamos al barrio San Isidro. Tampoco pasó mucho tiempo cuando la doctora Marianella, con la dulzura que la caracteriza, salió a saludarnos y a decir ‘’ya estamos listas’’. Mientras bajábamos el ascensor hacía la zona de carga donde, entendí, estaba el vehículo que nos trasladaría a aquel lugar, nadie hablaba y la ansiedad ya comenzaba a comerme por dentro. Al abrirse el ascensor y dar unos pasos, vi la camioneta azul marino, cuando mi amiga abre la puerta para montarnos, se voltea, me mira y me susurra: está blindada. En efecto, me di cuenta del blindaje una vez dentro. Volví a entender que íbamos a un lugar peligroso.
Justo en la salida del estacionamiento, vimos a unas personas comiendo de la basura. Tenían camisas rojas con alusión al chavismo. Era como si nos mostraran de manera extremadamente gráfica, el significado de ‘’lavado de cerebros’’. Fue como un golpe en los ojos, el dolor de ver a tus hermanos en esas condiciones y el dolor de saber que aun así, creen en un estado que destruyó sus –y nuestras- posibilidades de estar mejor. Intenté no hacerme mente y pensar que la mayoría sí tiene conciencia del daño que nos han hecho y que no es normal vivir así. No es normal vivir así, me repito todos los días.
Ya eran las 12 del mediodía cuando tomamos camino. Sentía como cada vez más nos alejábamos del núcleo de la ciudad. Podía leer Petare en el anuncio de cada salida que tomábamos. Nos adentrábamos poco a poco a una zona que se iba volviendo más descuidada a medida que avanzábamos. Luego de unos 15 minutos de recorrido, la carretera se comenzó a poner angosta. Me sorprendió la cantidad de basura que alcancé a ver a mi alrededor. Incluso me dio la impresión de que la vía era tan angosta, a causa de los deshechos. ¿Cada cuánto quitarán todo esto? ¿Cómo harán las personas que pasan por aquí caminando?, me pregunté. Comenzamos a subir. Puestos improvisados de venta de mango, otros de aguacates, casitas de un lado y otro, unas de concreto, frisadas, con rejas, otras de tabla o zinc. Perritos cruzando la calle que reflejaban también la realidad de un país con hambre, pues sus costillas y la flacidez en su piel eran notorias. Niños solos por las calles, unos bajando, otros subiendo.
Yo solo me mantenía callada y observando aquel submundo en el que entramos. Aun rodando, gire mi cabeza hacia un lado y pude leer en uno de los ranchos de más arriba ‘’cortes, secados, tintes, manos y pies’’ me llamó la atención ese cartel hecho de cartón y pensé: ¿quién tiene todavía presupuesto para peluquería en estas condiciones?
Avanzamos un poco más y por fin llegamos al lugar, guarde rápido mi celular dentro de mi bolso, lo tomé y me baje. Entramos por una puertita y afuera nos recibía una mujer muy amable, había una pequeña pizarra en el piso que decía: Bienvenidos al comedor. Menú del día: sopa de costilla. Con una sonrisa, entramos e inmediatamente vimos muchos, muchos niños. El ambiente estaba cargado de buena vibra e inocencia. La doctora nos presentó con las madres, niños y encargadas de comedor. Había dos mesones con bancas de madera en el lugar y parecía una especie de escuelita rural. En las paredes colgaban carteleras y estaban sirviendo el almuerzo. Nos sentamos y todos nos recibieron con mucha amabilidad. Era justo lo que esperaba pero también lo que temía que no pasara. Me sentí feliz por eso y comencé a compartir con ellos y tratar de involucrarme. Uno de los niños parecía molesto, la verdad creo que solo quería llamar mi atención. Y lo logró, así que intente hacerle reír y lo conseguí. Vi tantas caras lindas y pícaras por todos lados que no sabía por dónde comenzar. Y cada vez llegaban más. Había niños recién nacidos, pequeños, otros más grandes… también estaban sus mamás.
Me costó un poco identificar si algunas de las jovencitas que allí estaban eran parte del grupo de niños o si se trataba de la madre de alguno de ellos. Primero me acerqué a Carolay, una joven de solo 18 años que llevaba un niño de un año en brazos, indudablemente era su hijo, hasta tenían el mismo cabello rizado. Me comentó que estaba por graduarse de bachillerato gracias a que podía ir todos los días al comedor, pues de no ser así, se vería en la necesidad de trabajar para mantener a su hijo. Allí además de almuerzo para ella, le dan a su niño leche, medicamentos y reciben charlas de valores.
En el otro mesón estaban tres niños juntos sentados comiendo, decidimos acercarnos a ellos, eran hermanos y también era evidente por su parecido físico. Los dos varones de 9 y 7 años peleaban, y la niña, de cinco, en medio de los dos, comía hambrienta sin prestarles mayor atención. El mayor, lleva a los más pequeños al comedor cada día, su mamá los espera en casa y el único sustento de su casa es su papá, quien acababa de llegar de Perú después de un año. Tenían los dientes picados, llenos de caries. Pero sin embargo, no dejaban de sonreír. Parecían felices, al menos durante el rato que podían pasar allí.
En una esquina, estaba una madre dando pecho, esta sí se veía mayor. Cargaba cuatro niños consigo. ‘’Cuéntales tu realidad’’, le dijo una de las encargadas del comedor. Sus cuatro niños estaban sentados junto a ella, estos tenían las peores caras de todos. Sentía que podía leer la palabra tristeza en sus ojos cristalinos. Tenían la mirada fija. No hablaban, no sonreían. Todos parecían sacados de un mismo molde, piel morena, cabellos rubios y ojos aguarapados. Cuando pensamos que eran muchos, su mamá, Francis, nos cuenta que tiene otros cuatro hijos que le fueron arrebatados por la LOPNA hace ocho años y que desde hace cuatro, no los puede ver. La encontraron invadiendo un rancho y a los niños bajos de peso cuando se los quitan para llevarlos a Fundana, institución donde permanecen hasta la fecha. Con algo de vergüenza en su mirada y su voz, nos cuenta que no siempre pueden hacer todas las comidas del día y lo que más le afecta son sus hijos, porque ellos –su esposo y ella- se pueden acostar con un vaso de agua, pero un niño no debe. Trague grueso al escuchar eso.
Por último, nos acercamos a Paola, se notaba que era la más joven de todas, su cara de niña la delataba. Vestía con short y suéter corto que apenas tapaba su busto. Tenía a su bebé de 12 meses en brazos. Salió embarazada con12 años y por esa razón pudo llegar solo hasta 6to grado de primaria. Estaba también con sus dos hermanitos menores, un niño y una niña. Contaba que su mamá era el único sustento de la casa, pues ella debía cuidar a los menores. En su casa, se hacían máximo dos comidas al día, a las nueve de la mañana y a las ocho de la noche. Cuando no, su mamá deja de comer para que puedan hacerlo sus hijos. Paola contaba, que la prioridad a la hora de servir la comida, eran los niños, como si ella no fuese también una niña más en etapa de crecimiento y desarrollo.
Entre charlas, testimonios y duros relatos, el tiempo se pasó sin darnos cuenta. De aquellos nervios que sentía en la mañana al salir hacia ese lugar, solo quedaron en mí ganas de quedarme, de escuchar, de ayudar… vimos la realidad de más de una docena de niños, que aunque cuentan ahora con un gran apoyo, sus condiciones de vida son muy precarias. Algunos de ellos tuvieron que salir hace unos meses de sus casas a causa de un incendio en la zona, sin embargo volvieron y construyeron ranchos de madera y zinc.
Ya eran alrededor de las tres de la tarde cuando nos despedimos y dimos las gracias por habernos recibido, al montarnos en el carro, de regreso, volví a mirar el panorama que era el mismo, pero mi mentalidad ya no lo era, dentro de mí, di gracias a Dios por todas las posibilidades que tenía y que a veces llego a sentir que no son suficientes, y a la vez pensaba en cómo 20 años de desidia, el colapso total de una economía a causa de medidas incorrectas o inexistentes, causaron tanta pobreza, hambre y miseria que veía mi alrededor. Esa fue la herencia de Chávez.